César Manrique jugó con la naturaleza y convirtió a Lanzarote en un campo de pruebas, donde la lava, el mar y las formas caprichosas eran fuente de inspiración que agitaba en una coctelera. Cambió la filosofía y el modo de hacer las cosas, volviendo a lo sencillo, a la vida sin estridencias y, sobre todo, demostrando la integración de lo vivo en el cemento.
Antes de nada fue pintor, pero todo se le quedaba pequeño y quiso atrapar el viento, dando vida a juguetes etéreos. Lanzarote no sería lo mismo sin César y seguramente César fue quien llegó a ser por esa fuente de inspiración viva, como nuestro suelo volcánico. El genio no está, pero sí su legado, una herencia que Canarias debería avivar como una llama, porque nuestra tierra tiene infinitas posibilidades , como para él las tuvo. Sería bueno, que en esta época de desazón, supiéramos volver a la raíz, a valorar lo nuestro y volver a pulirlo como un diamante en bruto que se convierte en la joya más preciada. César Manrique lo hizo, sembró una semilla que tendríamos que seguir regando. Seamos visionarios, no olvidemos nunca de donde venimos y sigamos creando, aunque los vientos no nos sean propicios.
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